La Inteligencia Artificial parece haber venido para hacer «más fácil las cosas», al igual que otras tecnologías nos han permitido llegar mucho más lejos.
No está de más tomar perspectiva y ver como las sucesivas olas tecnológicas, al tiempo que ayudan, realmente son inabarcables para el individuo y concentran los riesgos.
En la mecánica pura, e incluso con los motores, el control del individuo podía ser total; con la tecnología química las cosas empezaron a ser más complejas y con la física nuclear llegamos al punto donde sólo algunas naciones son capaces de disponer y utilizar la tecnología plenamente.
La informática y la inteligencia artificial parecía que iban por otro camino, pero realmente, hoy, ¿una persona -normal- podría desarrollar un ordenador, sus microprocesadores y software necesario? ¿cuántas personas saben realmente enfrentarse a un promt vacio de un ordenador? -algunos recordaran el famoso ZX Spectrum y su signo de «espera de instrucciones» en pantalla, sin ningún interface gráfico-.
La inteligencia artificial aumenta aún más la complejidad, pues no sólo arrastra la anterior, sino que incorpora la complejidad de la gestión de los algoritmos de proceso, las volumetrías infinitas y en tiempo real y, especialmente, de interpretación de resultados. Además, se produce una concentración aun mayor de las capacidades -datos y capacidad de cómputo, así como soporte en la nube-, en entidades que son difíciles incluso de circunscribir y acotar. Si no estábamos en el mundo de la ingeniería, la energía, química o similar, podíamos vivir sin dar mucha importancia a estos avances tecnológicos, pero dado que la IA afecta a todos los sectores, es necesario preguntarnos ¿dónde queremos estar como empresa: usuarios-espectadores o pilotando nuestra propia nave? ¿Qué esfuerzos estamos haciendo en todos los niveles de la organización -formación, concienciación, control-? ¿Hay una estrategia definida?